diciembre 25, 2025

Cerrar los ojos y esperar que todo salga bien

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El optimismo será una actitud o un temperamento. Pero no es una estrategia.

El secreto y las “afirmaciones” no traen consigo buenos resultados, a pesar de lo que prometen algunos autores y tantos gurús e influencers. Esos son tan sólo ejemplos del pensamiento mágico (la idea de que el pensamiento, por sí solo, tiene efectos sobre el mundo).

Por supuesto, el pensamiento mágico funciona aún menos cuando lo que se busca depende, necesariamente, de hacer cosas. Cuando deseamos, por ejemplo, que no le pase algo malo a alguien que queremos, puede que, sin hacer nada nosotros, se cumpla nuestro deseo. Ese viaje a un sitio peligroso salió bien. Esa colonoscopia fue sólo un adormecimiento inexplicablemente liberador, y no mostró nada malo.

En situaciones como esas, el pensamiento mágico puede confirmarse. No hicimos nada, salvo desear y salvo afirmar, y todo salió bien (porque todo iba a salir bien sin importar nuestras afirmaciones o nuestras oraciones).

Pero cuando se trata de situaciones que exigen algo de nosotros, el pensamiento mágico no va a ser (ni parecer, claro) nunca suficiente para conseguir lo que esperamos. A punta de afirmaciones nadie ha pasado un examen ni ha perdido cinco kilos (lo digo con pleno y personalísimo conocimiento).

Ahora estamos embobados y en una especie de embrujo. Pensamos que, a punta de desear, de ser “optimistas” o, aún peor, “optimistas radicales”, el año entrante va a obrarse un milagro político en Colombia. Todo va a funcionar, todo se va a resolver y, al final, el centro colombiano (esto es, en una definición preliminar e inexacta, los políticos del centro, los políticos que respetan la democracia liberal y la Constitución de 1991) van a lograr unirse para mayo y van a ofrecernos una candidatura única que va a superar a la derecha radical en primera vuelta y que va a ganarle al comunismo trasnochado, al petrismo reencauchado, la segunda vuelta de las elecciones presidenciales. Pero no.

O no por ahora.

El centro está nuevamente dividido. Y los caminos para que se unan los candidatos centristas son cada vez más estrechos y cada vez más improbables. Se habla de la posibilidad de una encuesta. Otros están uniéndose en una consulta bienintencionada pero incompleta. Otros dos (que son a quienes les va mejor en las encuestas) parecen querer llegar solos a la primera vuelta, esperando las adhesiones de quienes, ante su negativa de no medirse en consultas, tienen ahora, precisamente, un incentivo más grande para hacer esas consultas.

Todos parecen con ganas de perder. Pero la derrota del año entrante es menos una derrota de ellos que la derrota generalizada de todo el país y de su sistema de gobierno constitucional. Más que un puestico o que un puestazo, más que su futuro, los centristas tienen en sus manos el futuro de Colombia.

Estamos, de nuevo, ante un escenario muy malo.

Y lo más angustiante es que los candidatos lo saben. Han construido sus campañas alrededor de los riesgos que implican los extremos a los que se enfrentan. El de la izquierda es complaciente con la dictadura de Venezuela y con los grupos armados ilegales. Es el “arquitecto de la paz total” y anuncia sin pudor su apoyo a una constituyente. El de la derecha es un misterio poco misterioso que ha defendido a paramilitares, a mafiosos, a alfiles del chavismo y que habla de “destripamientos”.

Los centristas, mientras tanto, prometen no ser como ellos. Prometen ser moderados, y razonables. Prometen respetar y defender la Constitución.

Y la amenaza a ese orden constitucional y al sistema liberal de 1991 es una que los candidatos del centro reconocen y de la que, consciente y apropiadamente, se están aprovechando. En 2026 –dicen– Colombia se está jugando el futuro. Podemos estar, fácilmente, ante un chavismo agazapado (y ni tanto) o ante un bukelismo atroz y quizás también revolucionario (¿qué creen que tratará de hacer Abelardo de la Espriella en su segundo año de gobierno cuando tenga el 75% de aprobación? Sip: una constituyente). Y es verdad eso que los candidatos centristas dicen. Pero no están actuando como si creyeran la seriedad de esa amenaza que anuncian y que para algunos de nosotros es igual de evidente.

Hay una profunda insinceridad entre el mensaje que proclama el centro y la manera en que los candidatos centristas están haciendo la campaña.

Repiten eso de que “ni lo uno ni lo otro” y rechazan los extremos. Hablan de lo dañinos que esos extremos son, de lo radicales que se han vuelto, y nos recuerdan hasta qué punto esas opciones son incompatibles con las premisas básicas del liberalismo y de la Constitución de 1991.

Pero no están haciendo nada realmente eficaz para prevenir el riesgo existencial que dicen estar enfrentando. 

El resultado es una disonancia grave entre el discurso y la estrategia: usan mensajes de moderación y de unión sin tener una estrategia que esté a la altura de la amenaza.

Por ahora, el centro centrífugo colombiano está nuevamente distraído. Sus candidatos ofrecen un diagnóstico preciso de las amenazas y, sin embargo, las recetas que nos proponen –las adhesiones, las encuestas o las consultas incompletas– no son unas respuestas eficaces ante esas amenazas por venir.

Se acabó 2025 y todavía no sabemos cómo van a unirse. Y, si llegan divididos (y están, por ahora, divididos), las posibilidades de que gane un extremo son casi totales.

(“Depón tu grandeza sin enojo”, dice el libro de Job en la versión de fray Luis de León: y es eso lo que la mayoría de los candidatos van a tener que hacer: renunciar y adherir a una campaña más viable, o someterse a un mecanismo único que desemboque en la unión con todos los demás).

Mientras tanto, muchos nos conformamos con cerrar los ojos y con esperar que todo salga bien. Pero el pensamiento mágico no va a servir para prevenir el riesgo inmenso que implican Cepeda y De la Espriella. (Que implica Cepeda, que le va a ganar a De la Espriella con los votos del centro sonámbulo).

Lo bueno es que sabremos exactamente quiénes van a ser los responsables de esto; vamos a ver sus fotos en los tarjetones de mayo.

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